LA CRISIS DE LA RESTAURACIÓN (1898-1931).
La crisis de la Restauración coincide aproximadamente con el reinado efectivo de Alfonso XIII, quien accedió al trono en 1902, y se enmarca entre dos fechas emblemáticas: el desastre del 98 y la caída de la monarquía en 1931. El periodo se caracteriza esencialmente por una crisis política permanente y una constante agitación social.
La crisis política está asociada a la incapacidad del sistema del turno de partidos (la revolución desde arriba) para hacer frente a los graves problemas de España: el retraso social y cultural del país, la corrupción política y la ineficacia del ejército. La pérdida de las colonias marca el punto culminante de dicha ineficacia al tiempo que favorece la difusión de los valores ideológicos del regeneracionismo (Joaquín Costa) entre la nueva casta política: Fco. Silvela, Antonio Maura y Eduardo Dato por los conservadores, y Montero Ríos, José Canalejas o Romanones por los liberales. Los esfuerzos por llevar a cabo un programa reformista desde ambos sectores políticos se vieron truncados desde las posturas más extremistas, la oligarquía terrateniente, el ejército y los partidos obreros: se anularon los intentos por legitimar la vida política, agilizar la administración local, descentralizar el poder y fomentar la economía.
La llamada de reservistas para combatir en la guerra de Marruecos de 1909 desencadenó una huelga de protesta que acabó en la Semana Trágica de Barcelona, una oleada de saqueos e incendios que sacudió especialmente Cataluña y terminó con una fuerte represión militar y la ejecución de varias penas de muerte. Lejos de desaparecer y a pesar de un breve proceso de bonanza económica como consecuencia de la neutralidad española en la I Guerra Mundial, la crisis social fue en aumento hasta el estallido de la gran conmoción revolucionaria de 1917, iniciada con la creación de las Juntas de Defensa para la mejora de las condiciones del ejército (junio), seguida de la formación de una Asamblea de Parlamentarios –al margen de las Cortes- que solicitaba la modificación de la obsoleta constitución de 1876 (julio) y culminada por la huelga general de agosto, que contó con el apoyo de la UGT, CNT, PSOE y los partidos republicanos.
El periodo de 1918 a 1923 se caracterizó por la fragmentación de los partidos dinásticos (conservadores y liberales) y la inestabilidad gubernamental, que culminarían en 1923 en el golpe de estado de Primo de Rivera. Se suceden rápidamente gobiernos de concentración -hasta 12, la mayor parte presididos por García Prieto y Maura- que, sin embargo, se revelan incapaces de frenar la creciente presencia del ejército en la vida pública, la conflictividad obrera, el caciquismo, la tendencia al faccionalismo de los partidos, el creciente autonomismo y el controvertido papel del rey. Durante estos años se producen decenas de atentados y en marzo de 1921 Dato –por entonces en la presidencia- es asesinado por anarquistas catalanes. Ese mismo año, entre julio y agosto, ocurre el desastre militar en Annual (Marruecos). La derrota provoca una terrible crisis política que implica al gobierno, a los altos mandos militares y al propio soberano. El gobierno de Manuel Allendesalazar se ve obligado a dimitir y el rey, encarga a Maura formar un gobierno de concentración nacional del que forman parte todos los grupos políticos. Este gobierno estará dividido entre quienes deseaban una intervención más decidida en Marruecos y los partidarios del abandono de la guerra.
La acumulación de graves problemas que los sucesivos gobiernos se mostraron incapaces de afrontar: Marruecos, agitación social, reivindicaciones nacionalistas y regeneración del sistema político, provocaron una crítica cada vez mayor de las fuerzas republicanas y obreristas. En estas circunstancias, en la noche del 12 al 13 de septiembre de 1923, el capital general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera llevó a cabo un pronunciamiento en Barcelona, declaró el estado de guerra y suspendió la constitución. El rey sancionó el golpe y nombró a Primo presidente de un directorio –militar, primero, y civil, después- que gobernó el país durante los siguientes siete años hasta la proclamación de la II República en 1931.
La crisis de la Restauración coincide aproximadamente con el reinado efectivo de Alfonso XIII, quien accedió al trono en 1902, y se enmarca entre dos fechas emblemáticas: el desastre del 98 y la caída de la monarquía en 1931. El periodo se caracteriza esencialmente por una crisis política permanente y una constante agitación social.
La crisis política está asociada a la incapacidad del sistema del turno de partidos (la revolución desde arriba) para hacer frente a los graves problemas de España: el retraso social y cultural del país, la corrupción política y la ineficacia del ejército. La pérdida de las colonias marca el punto culminante de dicha ineficacia al tiempo que favorece la difusión de los valores ideológicos del regeneracionismo (Joaquín Costa) entre la nueva casta política: Fco. Silvela, Antonio Maura y Eduardo Dato por los conservadores, y Montero Ríos, José Canalejas o Romanones por los liberales. Los esfuerzos por llevar a cabo un programa reformista desde ambos sectores políticos se vieron truncados desde las posturas más extremistas, la oligarquía terrateniente, el ejército y los partidos obreros: se anularon los intentos por legitimar la vida política, agilizar la administración local, descentralizar el poder y fomentar la economía.
La llamada de reservistas para combatir en la guerra de Marruecos de 1909 desencadenó una huelga de protesta que acabó en la Semana Trágica de Barcelona, una oleada de saqueos e incendios que sacudió especialmente Cataluña y terminó con una fuerte represión militar y la ejecución de varias penas de muerte. Lejos de desaparecer y a pesar de un breve proceso de bonanza económica como consecuencia de la neutralidad española en la I Guerra Mundial, la crisis social fue en aumento hasta el estallido de la gran conmoción revolucionaria de 1917, iniciada con la creación de las Juntas de Defensa para la mejora de las condiciones del ejército (junio), seguida de la formación de una Asamblea de Parlamentarios –al margen de las Cortes- que solicitaba la modificación de la obsoleta constitución de 1876 (julio) y culminada por la huelga general de agosto, que contó con el apoyo de la UGT, CNT, PSOE y los partidos republicanos.
El periodo de 1918 a 1923 se caracterizó por la fragmentación de los partidos dinásticos (conservadores y liberales) y la inestabilidad gubernamental, que culminarían en 1923 en el golpe de estado de Primo de Rivera. Se suceden rápidamente gobiernos de concentración -hasta 12, la mayor parte presididos por García Prieto y Maura- que, sin embargo, se revelan incapaces de frenar la creciente presencia del ejército en la vida pública, la conflictividad obrera, el caciquismo, la tendencia al faccionalismo de los partidos, el creciente autonomismo y el controvertido papel del rey. Durante estos años se producen decenas de atentados y en marzo de 1921 Dato –por entonces en la presidencia- es asesinado por anarquistas catalanes. Ese mismo año, entre julio y agosto, ocurre el desastre militar en Annual (Marruecos). La derrota provoca una terrible crisis política que implica al gobierno, a los altos mandos militares y al propio soberano. El gobierno de Manuel Allendesalazar se ve obligado a dimitir y el rey, encarga a Maura formar un gobierno de concentración nacional del que forman parte todos los grupos políticos. Este gobierno estará dividido entre quienes deseaban una intervención más decidida en Marruecos y los partidarios del abandono de la guerra.
La acumulación de graves problemas que los sucesivos gobiernos se mostraron incapaces de afrontar: Marruecos, agitación social, reivindicaciones nacionalistas y regeneración del sistema político, provocaron una crítica cada vez mayor de las fuerzas republicanas y obreristas. En estas circunstancias, en la noche del 12 al 13 de septiembre de 1923, el capital general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera llevó a cabo un pronunciamiento en Barcelona, declaró el estado de guerra y suspendió la constitución. El rey sancionó el golpe y nombró a Primo presidente de un directorio –militar, primero, y civil, después- que gobernó el país durante los siguientes siete años hasta la proclamación de la II República en 1931.
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