
TEMA 5. EL SEXENIO DEMOCRÁTICO (1868-1874). ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN EL SIGLO XIX.
Constituye el primer intento por establecer en España una democracia en los términos en lo que era entendida en el siglo XIX, es decir, basada en el sufragio universal masculino. Se abordaron novedosas fórmulas políticas y sociales más allá del liberalismo (democracia, república y federalismo) para integrar a las masas populares en el nuevo Estado nacional.
La experiencia, no obstante fracasó. Como consecuencia, varias generaciones de políticos e intelectuales españoles debatieron durante las décadas siguientes el propio ser de España y la manera de incorporar a la política a todas las clases sociales.
LA REVOLUCIÓN DE 1868, EL GOBIERNO PROVISIONAL Y LA REGENCIA.
El origen del Sexenio es la Revolución de septiembre de 1868, conocida por sus partidarios como La Gloriosa o La Septembrina. Se inició con un pronunciamiento militar en Cádiz, dirigido por los generales Prim y Serrano, líderes de progresistas y unionitas respectivamente. A ellos se unió el almirante Topete, también unionista, al mando de la Armada. El manifiesto de los sublevados se titulaba “España con honra” y proponía básicamente los acuerdos de Ostende: derrocamiento de la dinastía borbónica y regeneración política a través de unas elecciones libres convocadas por sufragio universal.
La insurrección se propagó por numerosas ciudades españolas y obtuvo el apoyo popular, militarizado y liderado por los demócratas que organizaron juntas revolucionarias. Paralelamente las tropas leales a la reina fueron derrotadas en Alcolea (Córdoba) por las de Serrano, lo que dejó a los sublevados el camino hacia Madrid libre de obstáculos y precipitó la huída de Isabel II a Francia.
La experiencia, no obstante fracasó. Como consecuencia, varias generaciones de políticos e intelectuales españoles debatieron durante las décadas siguientes el propio ser de España y la manera de incorporar a la política a todas las clases sociales.
LA REVOLUCIÓN DE 1868, EL GOBIERNO PROVISIONAL Y LA REGENCIA.
El origen del Sexenio es la Revolución de septiembre de 1868, conocida por sus partidarios como La Gloriosa o La Septembrina. Se inició con un pronunciamiento militar en Cádiz, dirigido por los generales Prim y Serrano, líderes de progresistas y unionitas respectivamente. A ellos se unió el almirante Topete, también unionista, al mando de la Armada. El manifiesto de los sublevados se titulaba “España con honra” y proponía básicamente los acuerdos de Ostende: derrocamiento de la dinastía borbónica y regeneración política a través de unas elecciones libres convocadas por sufragio universal.
La insurrección se propagó por numerosas ciudades españolas y obtuvo el apoyo popular, militarizado y liderado por los demócratas que organizaron juntas revolucionarias. Paralelamente las tropas leales a la reina fueron derrotadas en Alcolea (Córdoba) por las de Serrano, lo que dejó a los sublevados el camino hacia Madrid libre de obstáculos y precipitó la huída de Isabel II a Francia.
El Gobierno Provisional.
Tras el triunfo de la insurrección se formó un Gobierno Provisional que debía promover la elección a Cortes Constituyentes. Estaba formado por algunos de los firmantes de Ostende, presidido por Serrano y compuesto por progresistas (Prim, Sagasta, Figuerola, Manuel Ruiz Zorrilla) y unionistas (Topete). Del mismo quedaron excluidos, sin embargo, los demócratas, principales instigadores de las juntas revolucionarias de las ciudades desde las que se reclamaban derechos democráticos y la supresión de las quintas.
El doble poder resultante del proceso revolucionario se resolvió a favor del Gobierno Provisional, que disolvió las juntas y a los grupos de voluntarios armados. A cambio, procedió a cumplir la mayor parte de las reivindicaciones demócratas, con la excepción del tema de las juntas. Esto generó la formación de un colectivo de demócrata colaboracionistas: los cimbrios, entre los que se encontraban Nicolás María Rivero o Manuel Becerra.
Estabilizada la situación el nuevo gobierno convocó elecciones a Cortes Constituyentes en enero de 1869, las primeras que se celebraron en nuestro país por sufragio universal masculino y que contaron con campañas y mítines electorales por parte de algunos partidos.
Las elecciones fueron favorables a los partidos protagonistas de la revolución: unionistas, progresistas y cimbrios, que defendían una monarquía parlamentaria y democrática, basada en la soberanía nacional y en un gobierno elegido por las Cortes y responsable ante ellas. Pensaban que con un monarca Borbón este sistema era irrealizable, por lo que no dudaron en buscar otros candidatos al trono.
A la derecha política se situaron carlistas y moderados, que obtuvieron escasa representación. Los primeros eran antidemócratas y aceptaron el juego parlamentario eventualmente. Obtuvieron un resultado aceptable en el País Vasco y Navarra, por lo que, con el tiempo, no dudaron en reavivar el conflicto contra el estado liberal desencadenando una Tercera Guerra Carlista. Los moderados apoyaban el regreso de los borbones y la constitución del 45. Aunque escasos en número al principio, la evolución del sexenio le fue permitiendo alcanza mayor relevancia política.
A la izquierda se situaba el Partido Republicano Federal, el segundo en número de diputados. Su programa, además del cambio de régimen, incluía medidas como la abolición de las quintas, la supresión de la esclavitud y una legislación social que protegiera a los trabajadores. Su propuesta era apoyada en regiones como Cataluña, Aragón, Valencia y Andalucía; el sector más radical, los llamados “intransigentes” estaban convencidos de la necesidad de una insurrección armada para constituir un federalismo desde abajo, a partir de los pactos llevados a cabo por los municipios y las juntas.
La tarea fundamental de las Cortes fue elaborar la Constitución de 1869, la más liberal de las aprobadas hasta entonces. Sus aspectos principales eran:
- Se proclamaba la soberanía nacional como principio básico al que debía someterse el nuevo régimen monárquico.
- Se establecía una nítida separación de poderes. El legislativo residía en la Cortes bicamerales; el ejecutivo lo ostentaba el monarca (aunque en realidad lo ejercía el Gobierno en su nombre) y el judicial correspondía a los tribunales de justicia, a los que se incorporaba la figura del jurado popular.
- Se establecía un sistema parlamentario basado en el sufragio universal masculino. Los miembros del Congreso eran votados directamente por los electores, mientras los senadores se elegían de manera indirecta, a través de compromisarios. Además, para ser senador había que cumplir una serie de requisitos que aseguraban la presencia de una cierta élite tradicional (ser mayor de cuarenta años, poseer título universitario, haber desempeñado cargos públicos, etc.).
- Se incluía, por vez primera en un texto legal español, de manera detallada y amplia, una declaración de derechos individuales, naturales e inalienables: reunión, asociación, inviolabilidad del domicilio y la correspondencia…
La regencia del general Serrano.
Una vez aprobada la Constitución de 1869 fue nombrado regente el general Serrano hasta que se encontrara un nuevo monarca para el trono español. El nuevo régimen tuvo que hacer frente a una serie de graves problemas entre los que destacaron: las insurrecciones populares, provocadas por la crisis de subsistencia, contra el sistema de quintas o para la mejora de las condiciones laborales en las regiones más industrializadas; las dificultades de la Hacienda; y la guerra de Cuba, iniciada en Yara en octubre de 1868 como un movimiento independentista liderado por Carlos Manuel Céspedes.
Pero, la tarea principal del regente fue la búsqueda de un rey para España. Se pensó en distintos candidatos, entre ellos el duque de Montpensier, cuñado de Isabel II, e incluso el mismo Espartero. Finalmente, y debido sobre todo a las presiones de Prim, el elegido fue el príncipe Amadeo de Saboya, hijo del rey de la recién unificada Italia, Víctor Manuel II.
El nuevo rey, Amadeo I, desembarcó en España el 30 de diciembre de 1870; pocos días antes, su principal valedor, el general Prim, había sido asesinado en la madrileña calle del Turco.
LA MONARQUÍA DE AMADEO I.
El reinado de Amadeo I duró dos años, desde el acto de jura de la Constitución en enero de 1871 a febrero de 1873, fecha en la que abdicó. Muerto Prim, el monarca se encontró con pocos apoyos políticos y sociales, siendo considerado un intruso por carlistas y partidarios de los Borbones, y rechazado por los republicanos. Además hubo de hacer frente entre otros problemas a la guerra de Cuba y una nueva Guerra Carlista, iniciada en 1872.
Por si fuera poco, desaparecido Prim la coalición gubernamental comenzó a disgregarse, provocando una gran inestabilidad política: en apenas dos años se sucedieron seis gobiernos diferentes y la fractura entre los progresistas se concretó en la escisión entre los herederos políticos de Prim: Sagasta, cercano a los unionistas formaría el partido constitucionalista, y Ruiz Zorrilla, próximo a los demócratas el partido radical.
A la fluctuación política se unió el temor a la revolución social, como evidencia la persecución gubernamental a los partidarios de la recién creada sección española de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT).
Durante este periodo se desarrollaron también otros debates de contenido social, como la abolición de la esclavitud en las colonias y la separación Iglesia-Estado, que hicieron insostenible el papel del monarca, criticado por todos los sectores políticos y apoyado sólo por los débiles gobiernos de turno. En febrero de 1873, aprovechando un conflicto entre el gobierno de Ruiz Zorrilla y el ejército, cada vez más dispuesto a dar un golpe de Estado, Amadeo I forzó su abdicación. En esta situación, el proceso democrático se encontraba en un callejón sin salida: buscar un nuevo monarca no solucionaría el problema y, aunque la mayoría parlamentaria era de tendencia monárquica, el establecimiento de la República se convirtió en una solución de urgencia pactada por lo radicales de Ruiz Zorrilla y los diputados republicanos.
LA I REPÚBLICA.
Fue proclamada el 11 de febrero de 1873. En principio fue un régimen indefinido, por nuevo en España, e inestable políticamente pero que dejó una amplia huella, siendo considerada una revolución dentro de la revolución, es decir, la radicalización de los principios que habían inspirado a “la Gloriosa”.
Para evitar males mayores, se prescindió del procedimiento habitual de convocar elecciones a Cortes Constituyentes y se procedió a formar un gobierno presidido por Estanislao Figueras, con Francisco Pi y Margall como Ministro de Gobernación, aunque con mayoría de radicales. En apenas dos meses el enfrentamiento se hizo inevitable entre ambos grupos, como se constató en el golpe de mano con el que los radicales quisieron eliminar del poder a los cada vez más influyentes republicanos federales y que no triunfó. Tras ello, reforzados en el gobierno, los republicanos formaron en abril un gobierno homogéneo que convocó elecciones a Cortes Constituyentes para el mes de mayo. Las elecciones arrojaron un triunfo aplastante de éstos que, sin embargo, resultaba engañoso pues buena parte de los partidos políticos se abstuvieron en los comicios. Dicho retraimiento electoral reflejaba una gran hostilidad hacia el nuevo régimen.
La Cortes, abiertas en junio, declararon la República federal y eligieron como nuevo presidente a Pi y Margall, principal ideólogo del federalismo político y que representaba una posición centrista entre los republicanos. Proclamado el federalismo, era necesario darle forma legal. Para ello, una comisión de las Cortes se encargó de elaborar un proyecto de Constitución federal, que fue redactado con gran rapidez. El texto, que no llegó a ser aprobado, recogía los principios básicos en materia de derechos individuales de la Constitución del 69, pero aportaba importantes novedades:
- Se establecía claramente la separación entre Iglesia y Estado, definiendo de este modo un “Estado neutro” frente al tradicional “Estado confesional”.
- Pero, la principal innovación residía en la nueva organización del modelo territorial de España, definida como una nación compuesta por 17 estados, entre los que se incluía Cuba y Puerto Rico. Esta propuesta de descentralización política suponía la plasmación del principio doctrinal del pacto federal entre los diversos estados realizado desde arriba, es decir, desde el gobierno.
Sin embargo, las tensiones sociales que habían estallado en forma de huelgas u ocupaciones de tierras en muchos puntos de España –especialmente cruenta fue la insurrección de los obreros de Alcoy el 8 de julio-, así como el deseo de amplios sectores del republicanismo de establecer un federalismo “desde abajo”, abrió la puerta a un periodo de gran conflictividad en el que destaca el movimiento cantonalista.
Antes de que fuera aprobado el texto constitucional, los “republicanos intransigentes” abandonaron las Cortes en julio y promovieron la creación inmediata de los cantones, pequeñas unidades de poder con sede en el municipio. Nacía así el movimiento cantonalista, de gran arraigo en las regiones mediterráneas y Andalucía.
En esta propagación del cantonalismo convivían aspiraciones muy diversas: la propiamente política de organización democrática y popular del poder, hasta la más directamente social que concibió los cantones como la ocasión propicia para llevar a cabo reformas radicales de la sociedad. El componente obrero del cantonalismo fue, sin embargo, minoritario. Fueron los artesanos, pequeños comerciantes, intelectuales y militares urbanos los principales protagonistas del movimiento.
Los cantones, creados durante el verano de 1873 (Cartagena, Torrevieja, Villena, Alicante, Almansa, Valencia, Málaga, Cádiz...), fueron en su mayoría disueltos militarmente a las pocas semanas. Sin embargo, hubo uno que perduró durante algunos meses y constituyó el emblema del cantonalismo: el cantón de Cartagena, constituido el 12 de julio y liderado por Antonio Gálvez y Roque Barcia, que resistió hasta el mes de enero de 1874, acuñó moneda propia y diseño programas educativos que no llegaron a ser puestos en práctica. El movimiento cartagenero se vio favorecido por las buenas condiciones defensivas de la ciudad, el apoyo de la flota radicada en el puerto y la llegada de políticos intransigentes que se refugiaron en la ciudad mientras fracasaba el movimiento en otros puntos de España.
El estallido de la insurrección cantonal provocó la dimisión de Pi y Margall y su sustitución por un nuevo presidente, Nicolás Salmerón, el 18 de julio de 1873. Éste intentó poner en práctica una política moderadora tras terminar con el cantonalismo y la conflictividad obrera, para lo que había autorizado la intervención del ejército en ambos casos. Su negativa a firmar unas condenas a muerte por problemas le conciencia le llevaron a dimitir el 7 de septiembre de 1873, pasando a ocupar el cargo de Presidente del Congreso. Este hecho no hacía sino confirmar el creciente poder del ejército, que recuperó su protagonismo en la vida política apareciendo como el único capaz de solucionar la conflictividad social y poner fin a las guerras de Cuba y carlista.
Salmerón fue sustituido en el cargo por Emilio Castelar, republicano unitario, profesor eminente y hábil orador, quien intentó establecer una república de orden, solicitando plenos poderes a las Cortes –que le fueron concedidos- y llegando incluso a suspender las garantías constitucionales y proceder a una remilitarización del país. El lema de su política fue: “orden, autoridad y gobierno”, como reacción a la situación de desconcierto generada el cantonalismo. El esfuerzo de Castelar resolvía un problema –el del orden público- pero generaba otro de gran envergadura para el propio régimen republicano: su propia supervivencia. La remilitarización del Estado atentaba contra sus propias bases, pues la mayor parte del ejército era conservador y antirrepublicano.
La política de Castelar concitó sobre él la oposición de la izquierda republicana, encabezada por Figueras y Pi y Margall, quienes le retiraron su confianza, lo que impediría que fuera reelegido como presidente tras la finalización del mandato por decreto. Por eso, el 3 de enero de 1874, mientras se procedía a la elección de un nuevo presidente de la República, el general Pavía, capital general de Madrid, entró en el hemiciclo de las Cortes disolviendo la Asamblea. Se daba paso a un nuevo gobierno presidido por el general Serrano y dominado por viejos políticos progresistas, moderados y radicales, como Martos o Sagasta.
Aunque formalmente el régimen republicano siguió en vigor todavía un año, la acción de Pavía liquidó una república que había nacido once meses antes entre el entusiasmo, el rechazo o el simple desconcierto de los ciudadanos.
Hacia la restauración borbónica.
El año 1874 fue un periodo de transición en la Historia de España. El régimen político vigente oscilaba entre dos alternativas:
- Consolidar una república de carácter autoritario que permitiera recuperar desde posiciones moderadas los principios de “la Gloriosa”.
- Preparar la restauración borbónica en términos de una monarquía constitucional basada en la alternancia de partidos políticos. Proyecto preparado por los alfonsinos de Cánovas del Castillo desde unos años antes y que resultaría la salida triunfante.
Las divergencias entre los líderes del Sexenio siguieron marcando la etapa final del periodo. Esta circunstancia, unida al cansancio producido por la experiencia revolucionaria, inclinó definitivamente a las clases medias del lado de la restauración monárquica.
La preparación de la misma en la persona del príncipe Alfonso se aceleró a finales de 1874 con la difusión del manifiesto de Sandhurst, que apelaba a la necesidad de restituir una “monarquía hereditaria y constitucional” acorde con la tradición histórica española pero aceptando un juego político moderno. La intención de Cánovas al hacer público el manifiesto no era otra que la de provocar la llegada del príncipe por aclamación popular. Sin embargo, el ejército precipitaría los acontecimientos al pronunciarse el general Martínez Campos en Sagunto, el 29 de diciembre de 1874. Falto de apoyos, Serrano abandonó el poder dejando el terreno libre a la restauración borbónica en la figura del nuevo rey Alfonso II.
Tras el triunfo de la insurrección se formó un Gobierno Provisional que debía promover la elección a Cortes Constituyentes. Estaba formado por algunos de los firmantes de Ostende, presidido por Serrano y compuesto por progresistas (Prim, Sagasta, Figuerola, Manuel Ruiz Zorrilla) y unionistas (Topete). Del mismo quedaron excluidos, sin embargo, los demócratas, principales instigadores de las juntas revolucionarias de las ciudades desde las que se reclamaban derechos democráticos y la supresión de las quintas.
El doble poder resultante del proceso revolucionario se resolvió a favor del Gobierno Provisional, que disolvió las juntas y a los grupos de voluntarios armados. A cambio, procedió a cumplir la mayor parte de las reivindicaciones demócratas, con la excepción del tema de las juntas. Esto generó la formación de un colectivo de demócrata colaboracionistas: los cimbrios, entre los que se encontraban Nicolás María Rivero o Manuel Becerra.
Estabilizada la situación el nuevo gobierno convocó elecciones a Cortes Constituyentes en enero de 1869, las primeras que se celebraron en nuestro país por sufragio universal masculino y que contaron con campañas y mítines electorales por parte de algunos partidos.
Las elecciones fueron favorables a los partidos protagonistas de la revolución: unionistas, progresistas y cimbrios, que defendían una monarquía parlamentaria y democrática, basada en la soberanía nacional y en un gobierno elegido por las Cortes y responsable ante ellas. Pensaban que con un monarca Borbón este sistema era irrealizable, por lo que no dudaron en buscar otros candidatos al trono.
A la derecha política se situaron carlistas y moderados, que obtuvieron escasa representación. Los primeros eran antidemócratas y aceptaron el juego parlamentario eventualmente. Obtuvieron un resultado aceptable en el País Vasco y Navarra, por lo que, con el tiempo, no dudaron en reavivar el conflicto contra el estado liberal desencadenando una Tercera Guerra Carlista. Los moderados apoyaban el regreso de los borbones y la constitución del 45. Aunque escasos en número al principio, la evolución del sexenio le fue permitiendo alcanza mayor relevancia política.
A la izquierda se situaba el Partido Republicano Federal, el segundo en número de diputados. Su programa, además del cambio de régimen, incluía medidas como la abolición de las quintas, la supresión de la esclavitud y una legislación social que protegiera a los trabajadores. Su propuesta era apoyada en regiones como Cataluña, Aragón, Valencia y Andalucía; el sector más radical, los llamados “intransigentes” estaban convencidos de la necesidad de una insurrección armada para constituir un federalismo desde abajo, a partir de los pactos llevados a cabo por los municipios y las juntas.
La tarea fundamental de las Cortes fue elaborar la Constitución de 1869, la más liberal de las aprobadas hasta entonces. Sus aspectos principales eran:
- Se proclamaba la soberanía nacional como principio básico al que debía someterse el nuevo régimen monárquico.
- Se establecía una nítida separación de poderes. El legislativo residía en la Cortes bicamerales; el ejecutivo lo ostentaba el monarca (aunque en realidad lo ejercía el Gobierno en su nombre) y el judicial correspondía a los tribunales de justicia, a los que se incorporaba la figura del jurado popular.
- Se establecía un sistema parlamentario basado en el sufragio universal masculino. Los miembros del Congreso eran votados directamente por los electores, mientras los senadores se elegían de manera indirecta, a través de compromisarios. Además, para ser senador había que cumplir una serie de requisitos que aseguraban la presencia de una cierta élite tradicional (ser mayor de cuarenta años, poseer título universitario, haber desempeñado cargos públicos, etc.).
- Se incluía, por vez primera en un texto legal español, de manera detallada y amplia, una declaración de derechos individuales, naturales e inalienables: reunión, asociación, inviolabilidad del domicilio y la correspondencia…
La regencia del general Serrano.
Una vez aprobada la Constitución de 1869 fue nombrado regente el general Serrano hasta que se encontrara un nuevo monarca para el trono español. El nuevo régimen tuvo que hacer frente a una serie de graves problemas entre los que destacaron: las insurrecciones populares, provocadas por la crisis de subsistencia, contra el sistema de quintas o para la mejora de las condiciones laborales en las regiones más industrializadas; las dificultades de la Hacienda; y la guerra de Cuba, iniciada en Yara en octubre de 1868 como un movimiento independentista liderado por Carlos Manuel Céspedes.
Pero, la tarea principal del regente fue la búsqueda de un rey para España. Se pensó en distintos candidatos, entre ellos el duque de Montpensier, cuñado de Isabel II, e incluso el mismo Espartero. Finalmente, y debido sobre todo a las presiones de Prim, el elegido fue el príncipe Amadeo de Saboya, hijo del rey de la recién unificada Italia, Víctor Manuel II.
El nuevo rey, Amadeo I, desembarcó en España el 30 de diciembre de 1870; pocos días antes, su principal valedor, el general Prim, había sido asesinado en la madrileña calle del Turco.
LA MONARQUÍA DE AMADEO I.
El reinado de Amadeo I duró dos años, desde el acto de jura de la Constitución en enero de 1871 a febrero de 1873, fecha en la que abdicó. Muerto Prim, el monarca se encontró con pocos apoyos políticos y sociales, siendo considerado un intruso por carlistas y partidarios de los Borbones, y rechazado por los republicanos. Además hubo de hacer frente entre otros problemas a la guerra de Cuba y una nueva Guerra Carlista, iniciada en 1872.
Por si fuera poco, desaparecido Prim la coalición gubernamental comenzó a disgregarse, provocando una gran inestabilidad política: en apenas dos años se sucedieron seis gobiernos diferentes y la fractura entre los progresistas se concretó en la escisión entre los herederos políticos de Prim: Sagasta, cercano a los unionistas formaría el partido constitucionalista, y Ruiz Zorrilla, próximo a los demócratas el partido radical.
A la fluctuación política se unió el temor a la revolución social, como evidencia la persecución gubernamental a los partidarios de la recién creada sección española de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT).
Durante este periodo se desarrollaron también otros debates de contenido social, como la abolición de la esclavitud en las colonias y la separación Iglesia-Estado, que hicieron insostenible el papel del monarca, criticado por todos los sectores políticos y apoyado sólo por los débiles gobiernos de turno. En febrero de 1873, aprovechando un conflicto entre el gobierno de Ruiz Zorrilla y el ejército, cada vez más dispuesto a dar un golpe de Estado, Amadeo I forzó su abdicación. En esta situación, el proceso democrático se encontraba en un callejón sin salida: buscar un nuevo monarca no solucionaría el problema y, aunque la mayoría parlamentaria era de tendencia monárquica, el establecimiento de la República se convirtió en una solución de urgencia pactada por lo radicales de Ruiz Zorrilla y los diputados republicanos.
LA I REPÚBLICA.
Fue proclamada el 11 de febrero de 1873. En principio fue un régimen indefinido, por nuevo en España, e inestable políticamente pero que dejó una amplia huella, siendo considerada una revolución dentro de la revolución, es decir, la radicalización de los principios que habían inspirado a “la Gloriosa”.
Para evitar males mayores, se prescindió del procedimiento habitual de convocar elecciones a Cortes Constituyentes y se procedió a formar un gobierno presidido por Estanislao Figueras, con Francisco Pi y Margall como Ministro de Gobernación, aunque con mayoría de radicales. En apenas dos meses el enfrentamiento se hizo inevitable entre ambos grupos, como se constató en el golpe de mano con el que los radicales quisieron eliminar del poder a los cada vez más influyentes republicanos federales y que no triunfó. Tras ello, reforzados en el gobierno, los republicanos formaron en abril un gobierno homogéneo que convocó elecciones a Cortes Constituyentes para el mes de mayo. Las elecciones arrojaron un triunfo aplastante de éstos que, sin embargo, resultaba engañoso pues buena parte de los partidos políticos se abstuvieron en los comicios. Dicho retraimiento electoral reflejaba una gran hostilidad hacia el nuevo régimen.
La Cortes, abiertas en junio, declararon la República federal y eligieron como nuevo presidente a Pi y Margall, principal ideólogo del federalismo político y que representaba una posición centrista entre los republicanos. Proclamado el federalismo, era necesario darle forma legal. Para ello, una comisión de las Cortes se encargó de elaborar un proyecto de Constitución federal, que fue redactado con gran rapidez. El texto, que no llegó a ser aprobado, recogía los principios básicos en materia de derechos individuales de la Constitución del 69, pero aportaba importantes novedades:
- Se establecía claramente la separación entre Iglesia y Estado, definiendo de este modo un “Estado neutro” frente al tradicional “Estado confesional”.
- Pero, la principal innovación residía en la nueva organización del modelo territorial de España, definida como una nación compuesta por 17 estados, entre los que se incluía Cuba y Puerto Rico. Esta propuesta de descentralización política suponía la plasmación del principio doctrinal del pacto federal entre los diversos estados realizado desde arriba, es decir, desde el gobierno.
Sin embargo, las tensiones sociales que habían estallado en forma de huelgas u ocupaciones de tierras en muchos puntos de España –especialmente cruenta fue la insurrección de los obreros de Alcoy el 8 de julio-, así como el deseo de amplios sectores del republicanismo de establecer un federalismo “desde abajo”, abrió la puerta a un periodo de gran conflictividad en el que destaca el movimiento cantonalista.
Antes de que fuera aprobado el texto constitucional, los “republicanos intransigentes” abandonaron las Cortes en julio y promovieron la creación inmediata de los cantones, pequeñas unidades de poder con sede en el municipio. Nacía así el movimiento cantonalista, de gran arraigo en las regiones mediterráneas y Andalucía.
En esta propagación del cantonalismo convivían aspiraciones muy diversas: la propiamente política de organización democrática y popular del poder, hasta la más directamente social que concibió los cantones como la ocasión propicia para llevar a cabo reformas radicales de la sociedad. El componente obrero del cantonalismo fue, sin embargo, minoritario. Fueron los artesanos, pequeños comerciantes, intelectuales y militares urbanos los principales protagonistas del movimiento.
Los cantones, creados durante el verano de 1873 (Cartagena, Torrevieja, Villena, Alicante, Almansa, Valencia, Málaga, Cádiz...), fueron en su mayoría disueltos militarmente a las pocas semanas. Sin embargo, hubo uno que perduró durante algunos meses y constituyó el emblema del cantonalismo: el cantón de Cartagena, constituido el 12 de julio y liderado por Antonio Gálvez y Roque Barcia, que resistió hasta el mes de enero de 1874, acuñó moneda propia y diseño programas educativos que no llegaron a ser puestos en práctica. El movimiento cartagenero se vio favorecido por las buenas condiciones defensivas de la ciudad, el apoyo de la flota radicada en el puerto y la llegada de políticos intransigentes que se refugiaron en la ciudad mientras fracasaba el movimiento en otros puntos de España.
El estallido de la insurrección cantonal provocó la dimisión de Pi y Margall y su sustitución por un nuevo presidente, Nicolás Salmerón, el 18 de julio de 1873. Éste intentó poner en práctica una política moderadora tras terminar con el cantonalismo y la conflictividad obrera, para lo que había autorizado la intervención del ejército en ambos casos. Su negativa a firmar unas condenas a muerte por problemas le conciencia le llevaron a dimitir el 7 de septiembre de 1873, pasando a ocupar el cargo de Presidente del Congreso. Este hecho no hacía sino confirmar el creciente poder del ejército, que recuperó su protagonismo en la vida política apareciendo como el único capaz de solucionar la conflictividad social y poner fin a las guerras de Cuba y carlista.
Salmerón fue sustituido en el cargo por Emilio Castelar, republicano unitario, profesor eminente y hábil orador, quien intentó establecer una república de orden, solicitando plenos poderes a las Cortes –que le fueron concedidos- y llegando incluso a suspender las garantías constitucionales y proceder a una remilitarización del país. El lema de su política fue: “orden, autoridad y gobierno”, como reacción a la situación de desconcierto generada el cantonalismo. El esfuerzo de Castelar resolvía un problema –el del orden público- pero generaba otro de gran envergadura para el propio régimen republicano: su propia supervivencia. La remilitarización del Estado atentaba contra sus propias bases, pues la mayor parte del ejército era conservador y antirrepublicano.
La política de Castelar concitó sobre él la oposición de la izquierda republicana, encabezada por Figueras y Pi y Margall, quienes le retiraron su confianza, lo que impediría que fuera reelegido como presidente tras la finalización del mandato por decreto. Por eso, el 3 de enero de 1874, mientras se procedía a la elección de un nuevo presidente de la República, el general Pavía, capital general de Madrid, entró en el hemiciclo de las Cortes disolviendo la Asamblea. Se daba paso a un nuevo gobierno presidido por el general Serrano y dominado por viejos políticos progresistas, moderados y radicales, como Martos o Sagasta.
Aunque formalmente el régimen republicano siguió en vigor todavía un año, la acción de Pavía liquidó una república que había nacido once meses antes entre el entusiasmo, el rechazo o el simple desconcierto de los ciudadanos.
Hacia la restauración borbónica.
El año 1874 fue un periodo de transición en la Historia de España. El régimen político vigente oscilaba entre dos alternativas:
- Consolidar una república de carácter autoritario que permitiera recuperar desde posiciones moderadas los principios de “la Gloriosa”.
- Preparar la restauración borbónica en términos de una monarquía constitucional basada en la alternancia de partidos políticos. Proyecto preparado por los alfonsinos de Cánovas del Castillo desde unos años antes y que resultaría la salida triunfante.
Las divergencias entre los líderes del Sexenio siguieron marcando la etapa final del periodo. Esta circunstancia, unida al cansancio producido por la experiencia revolucionaria, inclinó definitivamente a las clases medias del lado de la restauración monárquica.
La preparación de la misma en la persona del príncipe Alfonso se aceleró a finales de 1874 con la difusión del manifiesto de Sandhurst, que apelaba a la necesidad de restituir una “monarquía hereditaria y constitucional” acorde con la tradición histórica española pero aceptando un juego político moderno. La intención de Cánovas al hacer público el manifiesto no era otra que la de provocar la llegada del príncipe por aclamación popular. Sin embargo, el ejército precipitaría los acontecimientos al pronunciarse el general Martínez Campos en Sagunto, el 29 de diciembre de 1874. Falto de apoyos, Serrano abandonó el poder dejando el terreno libre a la restauración borbónica en la figura del nuevo rey Alfonso II.
ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN EL SIGLO XIX.
A principios del siglo XIX, la economía española acusaba un enorme retraso debido a las profundas rupturas políticas producidas durante el reinado de Fernando VII y a la enorme crisis económica europea que en nuestro país se vio magnificada por dos acontecimientos: la Guerra de Independencia y la emancipación americana. El resultado de todo ello fue una enorme deflación y como consecuencia, el empobrecimiento agrícola, la ruina industrial y el colapso comercial. En estas circunstancias, a lo largo del siglo XIX, asistiremos a un esfuerzo de regeneración económica que tendrá como puntos más importantes:
a. La puesta en práctica de una reforma agraria que permitiera sacar de su estancamiento secular al campo español.
b. La recuperación del terreno perdido en materia industrial y de transportes, que no se concretaría hasta entrado el siglo XX.
a. La puesta en práctica de una reforma agraria que permitiera sacar de su estancamiento secular al campo español.
b. La recuperación del terreno perdido en materia industrial y de transportes, que no se concretaría hasta entrado el siglo XX.
LAS TRANSFORMACIONES AGRARIAS.
Los historiadores de la economía suelen referirse a una serie de carencias cuando analizan el sector agrario en la España del siglo XIX: su baja productividad, su incapacidad para liberar mano de obra y la falta de poder adquisitivo de los agricultores españoles capaz de generar mercados receptivos. Considerada como un factor de retraso, resulta ser un fenómeno de gran trascendencia para la evolución de nuestro país debido al porcentaje mayoritario de población activa dedicada a la actividad agraria o vinculada a ella.
La agricultura española de la época presentaba un perfil típicamente mediterráneo, basado en la vid, el trigo y el olivo; y dividido entre un sector exportador y competitivo, dedicado a la vid, las naranjas y los frutos secos, y otro atrasado y de subsistencia, conformado por la producción de cereales. La estructura agraria intentó ser modificada a lo largo del siglo por una serie de procesos que cambiaron sustancialmente el sector: las desamortizaciones, la supresión de señoríos y mayorazgos y la reorientación de los cultivos.
Los historiadores de la economía suelen referirse a una serie de carencias cuando analizan el sector agrario en la España del siglo XIX: su baja productividad, su incapacidad para liberar mano de obra y la falta de poder adquisitivo de los agricultores españoles capaz de generar mercados receptivos. Considerada como un factor de retraso, resulta ser un fenómeno de gran trascendencia para la evolución de nuestro país debido al porcentaje mayoritario de población activa dedicada a la actividad agraria o vinculada a ella.
La agricultura española de la época presentaba un perfil típicamente mediterráneo, basado en la vid, el trigo y el olivo; y dividido entre un sector exportador y competitivo, dedicado a la vid, las naranjas y los frutos secos, y otro atrasado y de subsistencia, conformado por la producción de cereales. La estructura agraria intentó ser modificada a lo largo del siglo por una serie de procesos que cambiaron sustancialmente el sector: las desamortizaciones, la supresión de señoríos y mayorazgos y la reorientación de los cultivos.
Las desamortizaciones.
Esta medida adquiere carta de naturaleza durante el gobierno del progresista Juan Álvarez Mendizábal (1835-36). El plan central de su obra consistía en una desamortización eclesiástica con cuyo producto esperaba cumplir tres objetivos esenciales: reclutar un ejército para hacer frente a la guerra civil contra los carlistas, remediar la situación de la Hacienda Pública y crear una clase de propietarios afines al régimen.
Las actuaciones adoptadas para llevarla a cabo pueden resumirse en tres:
1. La supresión en España de las órdenes religiosas, a excepción de las de beneficencia pública.
2. La confiscación de sus bienes, que pasan a ser nacionales.
3. La conversión de los mismos en bienes particulares mediante pública subasta.
Esta medida adquiere carta de naturaleza durante el gobierno del progresista Juan Álvarez Mendizábal (1835-36). El plan central de su obra consistía en una desamortización eclesiástica con cuyo producto esperaba cumplir tres objetivos esenciales: reclutar un ejército para hacer frente a la guerra civil contra los carlistas, remediar la situación de la Hacienda Pública y crear una clase de propietarios afines al régimen.
Las actuaciones adoptadas para llevarla a cabo pueden resumirse en tres:
1. La supresión en España de las órdenes religiosas, a excepción de las de beneficencia pública.
2. La confiscación de sus bienes, que pasan a ser nacionales.
3. La conversión de los mismos en bienes particulares mediante pública subasta.
Aunque con menores efectos, se acometió también la desamortización señorial o “desvinculación”, a través de una doble medida:
- La abolición de los señoríos jurisdiccionales.
- La abolición de los señoríos jurisdiccionales.
- La supresión de los mayorazgos.
Finalmente, la desamortización de los bienes municipales se llevó a cabo en diferentes momentos:
· Los bienes comunales: tierras de pastos, forrajes, leña, etc., fueron desamortizados varias veces: 1813, 1820, 1835.
· Los bienes propios (pertenecientes a la institución), fueron desamortizados a través de la denominada desamortización general de Pascual Madoz (1855).
· Los bienes comunales: tierras de pastos, forrajes, leña, etc., fueron desamortizados varias veces: 1813, 1820, 1835.
· Los bienes propios (pertenecientes a la institución), fueron desamortizados a través de la denominada desamortización general de Pascual Madoz (1855).
El proceso desamortizador duró varias generaciones, aunque el grueso pueda concretarse entre 1835 y 1874. Durante este periodo pudo cambiar de dueño el 30% del territorio español, pero hoy día se da más importancia al fenómeno subsiguiente, la postdesamortización, con frecuencia las tierras enajenadas fueron vendidas por 2ª o 3ª vez, y son estas operaciones las que parecen haber configurado las estructuras agrarias definitivas de nuestro país en época contemporánea.
Es evidente que las desamortizaciones no supusieron una revolución agraria, ni permitieron un mejor reparto de la propiedad en España. En general, parece que en las zonas de latifundio (Andalucía, Extremadura...) la propiedad se concentró aún más, y en las de minifundio se dividió más, agravándose los defectos tradicionales: el campesino pobre necesitado de tierras siguió deseándolas. Por otra parte, la enajenación de las propiedades municipales trajo consigo el empeoramiento de las condiciones de vida del pequeño campesinado, privado del uso y disfrute de los antiguos bienes del Consejo.
Algunos autores han señalado que esto pudo favorecer la emigración de este campesinado hacia los núcleos industriales, incrementando así la oferta de trabajo para el sector manufacturero. Pero también aportó consecuencias positivas como la roturación de nuevas tierras y el alza de la producción en su conjunto.
Es evidente que las desamortizaciones no supusieron una revolución agraria, ni permitieron un mejor reparto de la propiedad en España. En general, parece que en las zonas de latifundio (Andalucía, Extremadura...) la propiedad se concentró aún más, y en las de minifundio se dividió más, agravándose los defectos tradicionales: el campesino pobre necesitado de tierras siguió deseándolas. Por otra parte, la enajenación de las propiedades municipales trajo consigo el empeoramiento de las condiciones de vida del pequeño campesinado, privado del uso y disfrute de los antiguos bienes del Consejo.
Algunos autores han señalado que esto pudo favorecer la emigración de este campesinado hacia los núcleos industriales, incrementando así la oferta de trabajo para el sector manufacturero. Pero también aportó consecuencias positivas como la roturación de nuevas tierras y el alza de la producción en su conjunto.
Las medidas de reorientación de cultivos.
A partir de 1820 y como consecuencia de la reestructuración de nuestro comercio exterior, impuesta por la pérdida de las colonias americanas, se produjo un aumento de la producción cerealista al amparo de una política prohibicionista, primero, y proteccionista, después, de las importaciones de cereales. Con ello se consiguió que las importaciones desaparecieran e incluso se llegase a exportar.
En la década de 1840, los países industrializados comenzaron a demandar, en cantidades crecientes, productos agrarios, ante una población en aumento. Al mismo tiempo, los países, entre ellos España, que iniciaban su industrialización necesitaban incrementar sus exportaciones para poder adquirir maquinaria y materias primas (crece el cultivo del arroz, la sericultura, la caña de azúcar, etc. Sin embargo, el grueso de las exportaciones estuvo integrado por productos mediterráneos: vino, aceite y cítricos.
En la década de los noventa, España, como el resto del continente europeo, se vio afectada por una nueva crisis agropecuaria. Aunque los efectos se sintieron en nuestro país con cierto retraso y menos rigor que en Europa, el declive puso fin a la leve expansión de la agricultura iniciada en los años treinta. La crisis se manifestó en una caída de precios entre un 15 y un 25%. Las causas parecen detectarse en una superproducción, la aparición de nuevos competidores y el fin de las exportaciones. Los mecanismos de defensa de carácter proteccionista desplazaron al trigo y al vino de los mercados extranjeros.
La crisis agrícola se agravó con la de la ganadería. Lógicamente, la expansión de los cultivos hacía décadas que venía transformando la cabaña ganadera. Las preferencias se centraban en la producción de carne y leche: cerda, vacuno y cabrío. El resto de las especies disminuyó, excepto los animales de tiro, que lograron mantener su número. La recuperación no fue posible hasta finales del siglo.
En la década de 1840, los países industrializados comenzaron a demandar, en cantidades crecientes, productos agrarios, ante una población en aumento. Al mismo tiempo, los países, entre ellos España, que iniciaban su industrialización necesitaban incrementar sus exportaciones para poder adquirir maquinaria y materias primas (crece el cultivo del arroz, la sericultura, la caña de azúcar, etc. Sin embargo, el grueso de las exportaciones estuvo integrado por productos mediterráneos: vino, aceite y cítricos.
En la década de los noventa, España, como el resto del continente europeo, se vio afectada por una nueva crisis agropecuaria. Aunque los efectos se sintieron en nuestro país con cierto retraso y menos rigor que en Europa, el declive puso fin a la leve expansión de la agricultura iniciada en los años treinta. La crisis se manifestó en una caída de precios entre un 15 y un 25%. Las causas parecen detectarse en una superproducción, la aparición de nuevos competidores y el fin de las exportaciones. Los mecanismos de defensa de carácter proteccionista desplazaron al trigo y al vino de los mercados extranjeros.
La crisis agrícola se agravó con la de la ganadería. Lógicamente, la expansión de los cultivos hacía décadas que venía transformando la cabaña ganadera. Las preferencias se centraban en la producción de carne y leche: cerda, vacuno y cabrío. El resto de las especies disminuyó, excepto los animales de tiro, que lograron mantener su número. La recuperación no fue posible hasta finales del siglo.
El proceso de industrialización.
Fue excesivamente lento, quedando España rezagada del proceso que se estaba produciendo en otros países europeos. Las causas debemos buscarlas en dos factores previos fundamentales:
1. La ausencia de capitales para invertir en tecnología.
2. La inexistencia de un mercado amplio para los productos industriales.
Los recursos financieros del país eran escasos y una parte de ellos se dedicó a la compra de tierras desamortizadas. Los bancos, en general, no se orientaron a la financiación de empresas industriales, por lo que hubo que recurrir a capitales extranjeros que se invirtieron especialmente en ferrocarriles y minería.
El mercado exterior sufrió una importante recesión a partir de la pérdida del imperio colonial, lo que conllevaría una falta de estimulación de la producción interior. El mercado interior, por su parte, carecía de las comunicaciones necesarias y se vío frenado por la pérdida del poder adquisitivo de la mayor parte de la población. Una población eminentemente agrícola y pobre, con la propiedad de la tierra en manos de unos pocos y que todavía muestra un claro desprecio a los trabajos manuales.
Fue excesivamente lento, quedando España rezagada del proceso que se estaba produciendo en otros países europeos. Las causas debemos buscarlas en dos factores previos fundamentales:
1. La ausencia de capitales para invertir en tecnología.
2. La inexistencia de un mercado amplio para los productos industriales.
Los recursos financieros del país eran escasos y una parte de ellos se dedicó a la compra de tierras desamortizadas. Los bancos, en general, no se orientaron a la financiación de empresas industriales, por lo que hubo que recurrir a capitales extranjeros que se invirtieron especialmente en ferrocarriles y minería.
El mercado exterior sufrió una importante recesión a partir de la pérdida del imperio colonial, lo que conllevaría una falta de estimulación de la producción interior. El mercado interior, por su parte, carecía de las comunicaciones necesarias y se vío frenado por la pérdida del poder adquisitivo de la mayor parte de la población. Una población eminentemente agrícola y pobre, con la propiedad de la tierra en manos de unos pocos y que todavía muestra un claro desprecio a los trabajos manuales.
Se pueden establecer las siguientes etapas en el desarrollo industrial español:
· Entre 1808 a 1830, de estancamiento industrial como consecuencia del pobre mercado interior, los acontecimientos políticos (guerra de la Independencia, emancipación de las colonias americanas), la escasez de recursos y la ausencia de nuevas técnicas.
· Entre 1830 a 1860, de arranque de la industrialización ubicada en torno a los siguientes núcleos: carbón, hierro y papel en el norte; textil en Cataluña; y siderurgia en el sur. Desarrollo del ferrocarril gracias a la Ley General de ferrocarriles de 1855 y a la financiación exterior.
· Entre 1860 a 1913, periodo de crisis con etapas de fuerte crecimiento.
En conjunto, toda una serie de factores caracterizan a la industria de nuestro país, como la regionalización, la dependencia de las inversiones extranjeras así como de materias primas, utillaje e innovaciones técnicas, eliminación de la competencia extranjera gracias al principio de mercado reservado y la aplicación de altas tasas aduaneras, y el sometimiento a las fluctuaciones de la actividad agraria.
· Entre 1808 a 1830, de estancamiento industrial como consecuencia del pobre mercado interior, los acontecimientos políticos (guerra de la Independencia, emancipación de las colonias americanas), la escasez de recursos y la ausencia de nuevas técnicas.
· Entre 1830 a 1860, de arranque de la industrialización ubicada en torno a los siguientes núcleos: carbón, hierro y papel en el norte; textil en Cataluña; y siderurgia en el sur. Desarrollo del ferrocarril gracias a la Ley General de ferrocarriles de 1855 y a la financiación exterior.
· Entre 1860 a 1913, periodo de crisis con etapas de fuerte crecimiento.
En conjunto, toda una serie de factores caracterizan a la industria de nuestro país, como la regionalización, la dependencia de las inversiones extranjeras así como de materias primas, utillaje e innovaciones técnicas, eliminación de la competencia extranjera gracias al principio de mercado reservado y la aplicación de altas tasas aduaneras, y el sometimiento a las fluctuaciones de la actividad agraria.
LA POBLACIÓN EN LA ESPAÑA DEL S. XIX.
La sociedad española el el siglo XIX experimentó un proceso de cambio paralelo al de otros países europeos, caracterizado por el declive de la vieja aristocracia y el reforzamiento de la burguesía y de las clases medias, es decir, el paso de una sociedad estamental a otra de clases.
La ruptura liberal aceleró la descomposición interna de la nobleza, entroncada a partir de este momento con las grandes fortunas plebeyas de origen burgués. Al tiempo, el fenómeno más notable fue el surgimiento de una clase media integrada por rentistas acomodados, así como por pequeños propietarios agrícolas y urbanos, comerciantes ligados al comercio nacional y exterior, fabricantes, artesanos, fucionarios, profesionales liberales y militares. Se trataba de un conglomerado muy heterogéneo y fragmentado por variantes regionales y locales.
A pesar de esta renovación, el grueso de la población lo seguía constituyendo las clases populares, rurales y urbanas. Su nivel de vida y en consecuencia su participación en la renta del país fue muy escasa, al menos, hasta el último tercio del siglo.
Los campesinos eran el grupo más nutrido de los trabajadores, con gran diversidad interna y regional. En términos generales, en el centro y norte peninsular predominaron los pequeños campesinos propietarios, mientras en los latifundios del sur eran mayoritarios los jornaleros sin tierras. Las clases populares urbanas eran todavía más variadas: minoristas, pequeños artesanos, empleados, obreros... Su característica común era la inestabilidad laboral y la precariedad de sus ingresos. Tan sólo en algunos núcleos industriales los trabajadores constituyeron un grupo social significativo, más o menos organizado e influido por la ideología obrerista europea desde mediados el siglo.
Finalmente, el estado liberal posibilitó el aumento demografico en España, a pesar de lo cual no se consiguió efectuar la transición al modelo demográfico moderno. El desarrollo de las ciudades fue asimismo muy lento, lo que contribuyó al retraso y al caciquismo político en la transición al siglo XX.